Por fin, una tarde de viernes me decidí a salir. Las aceras estaban repletas de gente caminando en sentido contrario al que marcaban mis pies. Me sentía sola, rodeada en multitud. El cielo rompió a llorar, como si se entristeciera por mí y yo, sin más, sonreí de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario